Piensa menos, sufre
menos
Dar demasiadas
vueltas a un asunto puede desembocar en un dolor de cabeza, y la preocupación
por encontrar una puerta de salida al problema puede llevar a una verdadera
obsesión
Cuando se busca
una solución, la clave está en la pregunta STEVEN PUETZER
“No pienses más
en ello”. En un encuentro entre amigos un viernes por la noche acompañados
de unas tapas y unas cuantas cañas, uno de ellos muestra su preocupación
porque la empresa acaba de comunicar que el lunes presentará un ERE que
afecta a diez de los cuarenta empleados. La lista de personas todavía
no se sabe, así que el fin de semana se presentaba con nervios. Los amigos no
duran en recomendarle que no se caliente la cabeza, que no le dé tantas
vueltas al asunto, y que no piense tanto si no quiere sufrir más. Pero
un fin de semana tiene muchas horas, un despido no es cualquier cosa, y
es difícil dejar de pensar en ello. ¿Hay que pensar menos para sufrir
menos?
Assumpció Salat i
Bertran, psicóloga, directora del centro de psicología Àgape, explica que el
pensamiento “es una herramienta que el ser humano tiene a su
disposición y servicio. Al igual que otras muchas herramientas de las que
disponemos, puede ser utilizada de una forma u otra dependiendo del nivel de
conciencia o sabiduría que tenga el individuo”. En este sentido, Esther López
Chicano, psicóloga y psicoanalista, comenta que el pensar en sí no produce
sufrimiento. “En todo caso el problema se produce cuando hay una saturación a
la hora de pensar, o cuando pensar no va acompañado por una acción. Si el
pensamiento nos bloquea en lugar de ser una herramienta para la
reflexión y actuar en consecuencia, casi irremediablemente se convierte en un
elemento torturador”.
Giorgio Nardone,
director de la Escuela Empresarial de Comunicación y Resolución Estratégica de
Problemas de Arezzo, autor, entre otros libros, de Pienso, luego sufro
(Paidós), asegura que muchas veces se utiliza el pensamiento para
intentar encontrar una respuesta a todo, tener la sensación de que se
controlan las circunstancias. “Pensar se convierte en un problema cuando se
transforma de propulsor de la capacidad humana de gestión adaptativa de
la realidad en un obstáculo a esta capacidad, convirtiéndonos así en víctimas
de nuestro propio pensamiento”.
Este experto
comenta que este mecanismo se puede desencadenar a través de tres tipos
de procesos. “El primero es el intento de desterrar los pensamientos incómodos
o temidos buscando respuestas tranquilizadoras aunque estas no sean
posibles. Actuando de esta forma se refuerzan paradójicamente los pensamientos
desagradables porque, como es conocido por todos, “pensar en no pensar ya es
pensar”. El segundo es el intento de control racional de las
sensaciones, emociones y procesos fisiológicos que conducen a la paradoja
“del control que hace perder el control”. El tercero es el intento de dar
respuestas tranquilizadoras a dilemas irresolubles, que por su propia
naturaleza no tienen respuesta y, por tanto, se crea una condición por la cual
la persona cae en la trampa de las “respuestas correctas a preguntas
incorrectas”, o sea, un círculo vicioso de preguntas y respuestas que abre
nuevas preguntas que abren nuevas respuestas que abren nuevas preguntas y así
sucesivamente. En todos estos casos la actividad del pensamiento se convierte
en un problema porque no permite ampliar nuestra conciencia operativa, es
decir, la capacidad de alcanzar objetivos
estratégicos”.
Es la cara dual
del pensar porque “el pensamiento nos puede contaminar, herir o enfermar o
bien proporcionarnos altos estados de energía salud y vitalidad”, tal como
afirma Assumpció Salat i Bertran. Esta experta explica que una buena manera de
saber si estamos pensando de una forma que resulte útil y práctica es observar
los resultados que se obtienen a partir del pensamiento. “El pensamiento
genera todas nuestras acciones y comportamientos, el pensamiento es
previo a cualquier acción, es decir, esta no puede existir sin que antes se
haya pensado, por tanto todas las acciones y comportamientos se originan en
nuestros pensamientos, si cambiamos nuestros pensamientos podemos cambiar
nuestros comportamientos y así a lo largo de nuestra
vida”.
Aun así puede
persistir una duda, como refleja Giorgio Nardone cuando expone el caso de un
estudiante de Medicina que quería especializarse en psiquiatría, el cual se
preguntaba ¿qué podía hacer para estar seguro de tener la mente perfectamente
sana? Ante este interrogante, el estudiante empezó a reflexionar
apoyándose en los conocimientos adquiridos hasta el momento. Al no lograr
encontrar una respuesta definitiva, intentó profundizar en el tema consultando
textos y leyendo artículos científicos. Pero seguía sin encontrar una
respuesta definitiva. Planteó esta misma cuestión a su profesor de psiquiatría
quien aseguró que la diferencia entre una persona sana de mente y una enferma
es que la primera tiene un sentido correcto y adecuado de la realidad,
mientras que la segunda o no lo tiene o tiene uno inadecuado, según la
patología que le afecta. Ante esta respuesta de su profesor, el joven
estudiante le preguntó entonces qué era exactamente el sentido de la realidad,
cómo podía definirse de manera inequívoca. El profesor no le gustó mucho esta
nueva cuestión y le contestó displicentemente que todo el mundo lo sabía
porque era evidente. Lógicamente era una respuesta que tampoco llevaba a
ninguna parte más que a acrecentar la obsesión del estudiante por
dilucidar dicha cuestión. Giorgio Nardone explica que el problema no es tanto
plantearse este tipo de preguntas, como buscar respuestas que impliquen una
certeza absoluta. “Como saben todos los estudiantes de psicología y
psiquiatría, en todos nosotros existen sensaciones, pensamientos y
acciones que, al menos en parte, podrían remitirse a los cuadros de
patología psíquica”.
Hay otras
distorsiones del mal uso del pensar como la hiperracionalización (son
aquellos que no actúan hasta que están absolutamente seguros de que lo que van
hacer no es erróneo); el inquisidor interno (un sentimiento de culpa
llevado a tal extremo que distorsiona también la realidad); el saboteador
interior (aquel que afirma “hagas lo que hagas te equivocas”); el perseguidor
interior (“de todas formas, no estás a la altura de las circunstancias”), y la
delegación patológica (“los demás siempre lo hacen mejor que yo porque yo no
sé nada”). Giorgio Nardone explica que todas estas distorsiones son
ramificaciones de lo que él llama la duda patológica. “Caemos en una trampa,
en un autoengaño, en una psicopatología de la vida cotidiana que sólo nos
causa sufrimiento. En algunas ocasiones el pensar deja de ser un instrumento
infalible para convertirse en un obstáculo insuperable, fuente de
incertidumbre o incluso de sufrimiento psicológico, hasta el punto de asumir
formas patológicas que acaban por bloquearnos”.
Todas estas formas
patológicas pueden bloquear a la persona porque “exageramos la relevancia de
las adversidades”, asegura Rafael Santandreu, psicólogo, autor, entre otros
libros, de El arte de no amargarse la vida (Oniro), y con un agravante:
“Tiene consecuencias emocionales nocivas”. Este experto explica la conexión
que existe entre el pensar y el sentir. Asegura que se influyen
mutuamente. Esto puede parecer una desventaja, pero se convierte en una
ventaja cuando se apuesta por cambiar actitudes. “Analiza qué pensamientos te
dices cuando te sientes emocionalmente afectado. ¿Estás exagerando
usando palabras como ‘es terrible’, ‘no debería ser así’, ‘no puede ser’...?
Todo eso son exigencias demasiado duras. Cuestiona el ‘no lo puedo soportar’ y
las generalizaciones gratuitas del tipo ‘como fracasé en ese importante
examen, fracasaré en cualquier estudio importante que me proponga’”. Rafael
Santacreu apuesta por cuestionar esta forma de pensar derrotista que no tiene
nada que ver con lo racional. Todo lo contrario, es irracional. “¿Es
realmente terrible esa situación o solamente mala? Esa injusticia, ¿no debería
ser así o es mejor decir: me gustaría que no hubiese pasado así? ¿Conozco
personas que pese a pasarles lo mismo que a mí son capaces de sacarle lo bueno
a la vida?”. Y sugiere reemplazar esta manera de pensar por otra que sea más
realista y constructiva. “Existen muchas cosas inconvenientes en la vida, como
perder el empleo, pero ninguna de ellas es horrible o espantosa. Aunque es
claramente preferible que haga las cosas bien y consiga mis principales
objetivos, no es totalmente necesario para ser feliz. Es posible que a
veces actúe insensatamente, pero eso no me hace un estúpido”. Por último, este
experto aconseja actuar a partir de esta nueva manera de pensar. “Arriésgate a
fracasar, prueba nuevas experiencias, date permiso para disfrutar de las
pequeñas cosas aunque el día no haya salido
perfecto”.
Assumpció Salat i
Bertran añade que el pensamiento es personal e intransferible. “Con el
pensamiento no podemos dañar a nadie, los pensamientos no dañan a las otras
personas pero sí a nosotros mismos. Culpar a los demás del sufrimiento que
sentimos en nuestro interior es siempre nuestro error mental. El sufrimiento y
el malestar es el diagnóstico claro de que en nuestro interior no hay
pensamientos de sabiduría, sufrimos porque interpretamos
incorrectamente lo que ocurre en nuestra vida. Este tipo de pensamientos no
nos permiten ver las opciones, no vemos las oportunidades que se dan en
nuestras vidas, ya que los pensamientos no inteligentes nos hacen bajar
enormemente nuestros niveles de energía y con ello se dificulta nuestra
claridad mental”.
Esta experta
explica que hay varias técnicas para aprender a manejar la forma de pensar,
como es el caso de la meditación. Desde esta base “es bueno con el paso de los
años hacerse preguntas e intentar buscar respuestas al sentido de la vida, por
qué nos toca vivir lo que vivimos, por qué tenemos las dificultades que se nos
presentan. Cuando como seres humanos nos convertimos en verdaderos buscadores
de respuestas y nos comprometemos en nuestro desarrollo mental y espiritual,
las respuestas seguro que llegan y así nuestra mente se convierte poco a poco
en una mente sabia y llena de discernimiento. Por tanto podríamos
concluir que no se trata de pensar menos, en disminuir nuestra actividad
mental sino en encauzarla, en dirigirla, en educarla, en sintonizarla con los
pensamientos de comprensión del orden de la vida y de sus
leyes”.
Los
neurocientíficos ofrecen su perspectiva. Norman Doidge, psiquiatra,
psicoanalista e investigador en el Center for Psychoanalytic Training and
Research de la Universidad de Columbia en Nueva York y en el departamento de
Psiquiatría de la Universidad de Toronto, autor de El cerebro se cambia a sí
mismo (Aguilar), aporta las bases neurofisiológicas por las que el sufrimiento
no viene tanto por el pensar sino por la forma de pensar. Es necesaria una
educación a la hora de utilizar el pensamiento, que no deja de ser una
herramienta y muy poderosa. Asegura que la imaginación es una forma de
pensar. Produce pensamientos que pueden cambiar la estructura del cerebro.
Según se piense se puede sufrir más o menos, pero no por el hecho de pensar.
Asegura que Álvaro Pascual-Leone, director del laboratorio de
estimulación magnética cerebral en el Beth Israel Deaconess Medical
Center de la facultad de Medicina de Harvard, en Estados Unidos, ha realizado
suficientes experimentos con una máquina que emite estimulación magnética
transcraneal (TMS) a partir de los cuales asegura que, efectivamente, según el
tipo de pensamientos se provoca un tipo de reacciones, hasta el punto que
pueden cambiar la estructura cerebral en un sentido o en otro. Pensar y
sufrir no son sinónimos. En todo caso, se sufre por un uso erróneo del
pensar.
Noemí Suriol,
fisioterapeuta y directora del centro Lenoarmi de Barcelona, propone
aprender a utilizar el pensar para sufrir menos. “Pensar en positivo
tampoco es tapar la realidad, sino transformarla en algo positivo. No hay mal
que por bien no venga. Siempre podemos sacar algo positivo, siempre podemos
transformarlo en algo que nos ayuda a mejorar. Esto es salud mental y
corporal. Y habría que afrontarlo. Porque todo lo que no sufro
conscientemente, lo sufre mi cuerpo, y el cuerpo acaba hablando de lo
que no podemos afrontar conscientemente”. Y, en cualquier caso, en vez
de obstinarse por buscar una respuesta o una solución, “lo que debemos hacer
es preocuparnos por formular mejor las preguntas”, añade Giorgio Nardone. Algo
parecido ya decían los sabios de todas las
culturas.
Una vacuna contra
las creencias
Hay
investigadores que distinguen varias maneras de pensar. La
clasificación más sencilla describe dos tipos: el pensamiento analítico y el
intuitivo. Según se use más o menos uno u otro la realidad se percibe de
manera distinta. Según un estudio del departamento de Psicología de la
University of British Columbia (Canadá) publicado el pasado mes de abril en la
revista Science, el pensamiento analítico contribuye a que disminuyan
las creencias religiosas. El autor de esta investigación, Will Gervais,
explica que el objetivo de este estudio “fue explorar la cuestión fundamental
de por qué las personas creen en un dios en grados diferentes. Aunque la
mayoría de las personas cree, fervorosamente, en un dios o en dioses, hay
cientos de millones de no creyentes en el mundo entero, y las creencias
y escepticismos fluctúan de acuerdo con las situaciones y a lo largo
del tiempo. Una combinación de factores complejos influye en materia de
espiritualidad personal y nuestras conclusiones señalan que el sistema
cognitivo relacionado con los pensamientos analíticos es un factor que puede
influir en el descreimiento”. El equipo de investigación liderado por
Gervais encontró que las creencias religiosas disminuían cuando los
participantes estaban ocupados con tareas analíticas y en comparación con los
participantes que estaban ocupados con tareas que no requerían un
pensamiento analítico. “El sistema intuitivo opera sobre circuitos
mentales que producen respuestas rápidas y eficientes. El otro es un sistema
más analítico que toma más tiempo para llegar a respuestas razonadas. Nuestro
estudio continúa la senda de otras investigaciones anteriores que han
vinculado las creencias religiosas con el pensamiento intuitivo. Nuestras
conclusiones indican que la activación del sistema cognitivo analítico
en el cerebro puede socavar el apoyo intuitivo de las creencias
religiosas, al menos temporalmente”. En el estudio participaron más de 650
personas de EE.UU. y Canadá. Pero Gervais advierte que son necesarios otros
estudios que exploren, por ejemplo, si el descreimiento religioso es temporal
o de largo plazo, y en qué forma estas conclusiones se pueden aplicar a
culturas ajenas al capitalismo norteamericano y
europeo.
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